31 de julio de 2018
El dolor que no nos duele
Hace pocos días se presentó una avalancha en el país asiático de Laos, por la rotura de una represa que pretendía abastecer de energía eléctrica a una gran región de Laos, Camboya y Tailandia; de donde no se ha sabido verdaderamente sobre el número de muertos y damnificados, por el sesgo impuesto por ese gobierno al cubrimiento de la noticia. Pero eso no nos duele, porque Laos queda muy lejos de nuestro país.
Claro que esa noticia me hace recordar que en Colombia, hace muy pocos meses casi se produce una catástrofe de consecuencias impredecibles con la represa de Hidroituango, de donde solamente pudimos ver las imágenes del trabajo de muchos técnicos y operarios que intentaban contener la avalancha, de los habitantes siendo movilizados a zonas de resguardo que al final parecían convertidas en guetos en donde les era prohibido el ingreso a los periodistas; de las calles abandonadas de todos los pueblos que podían resultar afectados, ocupadas únicamente por las decenas de animales que quedaron a la deriva. Falta mucha verdad por contar.
Nos horrorizan los muertos por el régimen de Nicaragua o Venezuela, pero no nos duele lo que sucede en nuestro propio país. En Colombia son casi 300 los líderes sociales asesinados desde que se firmó el fin del conflicto armado, pero no nos duele porque no son parientes nuestros ni conocidos y, como escribiera en su muro de Facebook un periodista pereirano: “después de tantos años de hacer llorar, les toca su turno”, como si los líderes sociales asesinados fueran responsables de las masacres de los paramilitares, de los crímenes de la guerrilla o de los abusos criminales de algunos miembros de las fuerzas militares del país (que no se nos olviden los 10.000 falsos positivos) ¡Qué irresponsable o insensible!
Somos tan inconmovibles con los miles de africanos que mueren tratando de cruzar el mar en busca de refugio, o del sufrimiento de centenares de inmigrantes rechazados entre las fronteras de los diversos países europeos y que son separados por cercas con púas, o por los niños esposados a la espalda que son separados de sus padres hijos de centroamericanos que cruzan ilegalmente la frontera con los Estados Unidos, pero tampoco nos duelen porque no tenemos nada que ver con ellos, ni son nuestros niños.
No nos duele tampoco que se roben los dineros de la salud y que mueran los niños wayuu y los niños del Chocó de hambre, ni menos que se roben la plata de los adultos mayores de Pereira; no son ni nuestros niños ni nuestros viejos.
No nos duele que el mal mayor de Colombia sea la corrupción, ni que un gran número de gobernantes locales lleguen al poder exclusivamente para enriquecerse.
No nos importa quién gobierne, con tal que no se vean afectados nuestros intereses, así se perjudique la mayoría de la población.
Como sociedad vemos impávidos como malversan el erario público, como dilapidan los recursos naturales y nos quedamos quietos esperando que no nos toque, y que, quienes denuncian todos los atropellos lo sigan haciendo sin nuestra participación.
No nos duele que paulatinamente estén desapareciendo la fauna de nuestra región y que no se invierta un solo peso en su protección, pero tenemos las únicas jirafas en cautiverio de Colombia con las cuales tomarnos selfies.
No nos importa el dolor ajeno, porque es un dolor que no nos duele.
"Primero se llevaron a los comunistas, pero a mí no me importó porque yo no lo era; en seguida se llevaron a unos obreros, pero a mí no me importó porque yo tampoco lo era; después detuvieron a los sindicalistas, pero a mí no me importó porque yo no soy sindicalista; luego apresaron a unos curas, pero como yo no soy religioso, tampoco me importó; ahora me llevan a mí, pero es demasiado tarde".
Bertolt Brecht