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30 de Abril de 2018

La trampa nos llama

Por: William Restrepo C.

Hemos completado cinco años de permanente lucha contra los corruptos y solo me preocupa que son muchos y usan diferentes ropajes. No se trata solo de tener éxito o no, sino de intentar abrirle los ojos a la comunidad que se ha acostumbrado a aceptar la corrupción como un modus vivendi, de una perversidad sin límites.

El soborno ya no asusta a nadie. Le cambiaron el nombre por “comisiones”. La pésima educación solo prepara la gente para servirse del país, no para servirlo, como debería ser.

La trampa se ha institucionalizado como la esencia de la corrupción. El gobierno dice que somos la sociedad más igualitaria del mundo, pero es precisamente, la desigualdad social la que ha dado nacimiento a la corrupción. Hacer trampa significa la forma inmoral de alcanzar un objetivo. Y se vuelve colectiva cuando es animada por la misma sociedad, en un mundo tan competitivo. La necesidad de ganar puede convertir a una persona en un individuo más deshonesto cuya degeneración produce los tramposos, hipócritas, mentirosos, ventajosos, ladrones, corruptos. Y esos son los que comandan la dirección administrativa de la sociedad. Perdieron los valores, la ética y la moral de la política, entendida como una ciencia social.

La democracia está a punto de perecer, y estos individuos formados en las arenas donde todo se vale, son los que anuncian ser sus salvadores. Los escuchamos todos los días. Hablan tanto que no dicen nada, y nadie les reclama alguna responsabilidad a sus promesas. Son las mismas de hace cuatro años, lo único nuevo es que mencionan por allá en los rincones de sus rancios discursos una mínima e insignificante resistencia a la corrupción. Algunos nos quieren enlistar en las delincuenciales actitudes del pasado, que ya conocemos, o en las peligrosas reformas de lo que ya tenemos dolorosos ejemplos. Otros sostienen su honorabilidad solo con sus palabras de dudoso origen y los que menos buscan, aspiran a ser ex-candidatos a la presidencia de Colombia.

Uno se pregunta, pero ¿cuándo se volvió esa sociedad tan corrupta? Olvidamos que por lo menos, alguna vez, hemos robado servicios públicos, hemos hecho compras piratas; no hemos pagado pensión ni salud. No pedimos factura para no pagar el iva. Aceptamos contratos por rosca, dañamos la ciudad, sobornamos permanentemente en cuantías proporcionales a nuestros ingresos, que ocultamos para no pagar impuestos sobre la renta. Todo esto para buscar lo que sea más fácil, aunque nos paremos encima de los derechos de los demás.

Buscamos a los corruptos para que usen ilegalmente su influencia en los puestos públicos y los sobornamos por el servicio. Nos sorprendemos cuando amanecen los pobres, envueltos en millones de pesos y los queremos imitar o trabajar para ellos. No importa a qué se dedican.

Nos declaramos una sociedad feliz cuando hay indicios preocupantes que soportan el pesimismo. Los colombianos creemos que el país va muy mal, pero nosotros vamos bien. Y ahí es cuando las respuestas patrióticas y emocionales solo llegan hasta cuando se presenta la siguiente propuesta de un torcido. Porque el riesgo nos encanta, y la trampa nos llama.

Los incentivos de la trampa, con el acompañamiento de la avaricia y la complicidad que se desarrolla en esos ambientes, estimulan además a muchas personas a buscarse fuentes adicionales de ingresos más allá de sus salarlos, “lo cual puede hacerlos más propensos a considerar vías antiéticas o ilegales de ganar dinero”.

Así nos comportamos los que somos nación. Pero el Estado, el gran motivador de la corrupción, se organiza en forma de “carteles”. Todas las instituciones del Estado son manejadas por “carteles” que apenas ahora comienzan a salir a la superficie pero que han vivido por décadas como monstruos subterráneos: cartel de le Toga, cartel de la Hemofilia, cartel de la contratación, cartel de las drogas, cartel la papa, cartel de los pañales, cartel de las toallas higiénicas, cartel de la construcción, cartel de los contratistas y seguramente usted me estará diciendo oiga se le olvidaron estos otros carteles. Y tienen razón. Han fraccionado el delito por carteles y sus dirigentes, hampones y corruptos, son los que reciben el voto de la sociedad cada cuatro años.

No he dicho nada nuevo y desconocido, y esto es lo más preocupante. ¿Cómo puede callar esta sociedad la mentira del senador Sammy Meregh de que trajo a Risaralda cientos de miles de millones de pesos? ¿Cómo podemos olvidar que la APP del aeropuerto Matecaña no tiene con que pagar 10 mil millones de pesos que le debe a la ciudad? ¿Cómo le abrimos campo a la mezquindad, al caudillismo, la arrogancia de algunos de nuestros llamados líderes que escudan sus actividades cuestionadas en amenazas y persecuciones judiciales?

Las mujeres españolas se lanzaron a las calles para rechazar un veredicto judicial y amenazaron con paralizar el turismo si esa sentencia no es revocada por la corte Suprema de Justicia. En Colombia donde los corruptos se visten de frac, 40 millones de hombres y mujeres somos testigos del holocausto de la educación, la justicia, la salud, la vivienda, los valores y hasta la misma dignidad, y creemos que la tragedia no es con nosotros Si los que somos nación nos dejamos seducir por la trampa, los Meregh, Rivera, Salazar, Patiño, Gallo, los Gaviria, los Petros, los Santos, las gavillas de los de derecha e izquierda, los Uribe y los Duque, continuarán riéndose de la estupidez de quienes votamos, sin preguntar, y aceptamos sin averiguar, por qué estamos embelesados con la trampa creyendo que le estamos ganando.

Esta es mi opinión, cuál es la suya?

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